
La Escuela de las Estrellas
La rutina perfecta
(y un secreto escondido)
Mariajose podía volar.
Bueno... no con alas, claro. Pero cuando saltaba en el aire, con sus pompones brillantes,
sus coletas al viento y una sonrisa que parecía sacada del sol, todos pensaban lo mismo:
esa niña nació para brillar.
Cada tarde, en el gimnasio de su colegio, Mariajose practicaba saltos, giros, gritos de ánimo
y acrobacias con su equipo de cheerleaders. Era la más pequeña... pero también la más
fuerte. Sus compañeras la llamaban “la estrella saltarina”.
—¡Vamos Majo! ¡Una vez más! —decía su entrenadora, y ahí iba ella, ¡arriba!, como si
tocara el cielo.
Pero cuando las luces del gimnasio se apagaban y las mochilas se cerraban, Mariajose
sentía algo distinto.
Ese día, al llegar a casa, Ale, su mamá la esperaba en la sala con una hojita blanca entre
las manos. Eran las calificaciones del colegio.

—Majo... tenemos que hablar —dijo su mamá con voz suave—. Eres una niña increíble,
pero no puedes dejar que los estudios se queden atrás.
Mariajose bajó la mirada. Sabía que no le había ido bien en las tareas. Sabía que a veces,
mientras los demás leían, ella pensaba en nuevas piruetas o en la próxima competencia.
—Tienes un talento precioso —continuó su mamá—, pero también necesitas cuidar tu
mente como cuidas tu cuerpo. Ser una estrella no es solo brillar en el aire... también es
brillar aquí —y le tocó la frente con cariño.
Mariajose no dijo nada. Solo fue a su cuarto, con el corazón un poco triste, y se dejó caer
sobre su cama llena de peluches y moños rosados.
Fue entonces cuando lo vio.
Allí, sobre su escritorio, al lado del portarretratos con una foto de su tío Chris desde
Holanda, estaba un espejo en forma de estrella. Era un regalo que él le había enviado en su
último cumpleaños.
“Para que nunca olvides lo que eres”, decía la nota.

Mariajose se acercó y lo tomó entre sus manos. El borde era dorado y tenía unos pequeños destellos, como si algo viviera dentro.
—Ojalá pudiera ser mejor… —susurró.
Y entonces, ocurrió.
El espejo brilló. No con una luz normal, sino con una luz cálida, suave… como una caricia desde lejos. Y antes de que pudiera decir una sola palabra más…
…todo desapareció.
El espejo de las decisiones
Mariajose no sabía si estaba soñando.
Estaba de pie en medio de un lugar completamente distinto. No era su habitación, ni el gimnasio, ni el colegio. El cielo era morado con nubes suaves como algodón de azúcar, y a su alrededor flotaban libros, lápices, moños y pelotas de gimnasia… ¡todo mezclado!
El espejo en forma de estrella flotaba frente a ella, como una brújula brillante.
—¿Dónde estoy? —preguntó en voz baja.
Entonces, una voz suave —casi como un susurro de viento cariñoso— le respondió:
—Estás en la Encrucijada de las Estrellas, donde vienen los que tienen talentos grandes y corazones aún más grandes.
Mariajose giró y vio a una figura luminosa, vestida con una túnica de destellos dorados. Su rostro era dulce… y por un momento, Majo pensó que se parecía a su abuela Flor, con esa misma mirada tierna que la arropaba cada tarde cuando llegaba a casa cansada del colegio.
—¿Abuela? —preguntó, confundida.
—No exactamente —dijo la figura—, pero digamos que soy parte de ella. Estoy aquí para ayudarte a ver lo que a veces olvidamos: que el brillo no viene solo del talento, sino de las decisiones que tomamos.
La figura le mostró una especie de pantalla flotante. En ella apareció su mamá, Alejandra, preparando su comida favorita con una sonrisa agotada pero feliz. Luego su papá, Rubén, serio pero con los ojos llenos de cariño mientras doblaba su uniforme de gimnasia. Después, su abuela Flor peinándole el cabello con cuidado.

Y entonces… Mariana e Ignacio.
Pero esta vez no estaban como ejemplos a seguir, sino como cómplices. Mariana estaba dándole un abrazo a Majo después de un ensayo difícil. Ignacio, en una videollamada, la hacía reír con una broma tonta. Los dos sonreían. Ninguno decía nada de notas, ni de tareas. Solo estaban ahí. Para ella.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó Majo.
—Porque hay algo que debes decidir —respondió la figura—. Puedes seguir volando alto con tu pasión, o puedes aprender a combinar esa pasión con esfuerzo, con amor por ti misma. Y no estás sola para lograrlo.
—¿Y si me equivoco?
—Todos nos equivocamos —dijo la figura, acercándose—. Pero cada vez que lo intentes, esa estrella en tu corazón brillará más fuerte.
Mariajose miró el espejo. Su reflejo parecía distinto… más valiente.
Pensó en su mamá, en su papá, en su abuela, en Mariana, en Ignacio… y en su tío Chris, tan lejos, pero tan cerca en ese regalo brillante.
Cerró los ojos, apretó el espejo contra su pecho y susurró:
—Quiero aprender a brillar, no solo en el aire… también por dentro.
El cielo se llenó de luz. La figura asintió. Y antes de que pudiera decir una sola palabra más, el mundo mágico comenzó a desvanecerse…
…y Majo despertó, sentada en su cama, con el espejo entre las manos.
Y esta vez, sonrió.
La escuela de las estrellas
Cuando Mariajose volvió a abrir los ojos, no estaba en su cama. Ni en el cielo morado de antes. Esta vez, estaba parada frente a una puerta inmensa hecha de cristal brillante. En el marco, tallado en letras doradas, se leía:
ESCUELA DE LAS ESTRELLAS
La puerta se abrió sola con un sonido suave, como si la estuvieran esperando. Al entrar, Majo se quedó sin palabras.
Niños y niñas de todas las edades corrían, bailaban, pintaban, resolvían acertijos y volaban en aros dorados por los techos. Cada uno tenía un talento distinto: unos eran acróbatas, otros dibujaban con luz, otros cantaban con animales, y otros… ¡hacían piruetas como ella!
Pero no era un simple lugar de juegos. Había pizarras flotantes, libros vivos que hablaban, relojes que marcaban el “tiempo de esfuerzo” y maestros con alas, barbas brillantes o gafas que leían pensamientos.
Una profesora alta y elegante, con un moño de estrella en el cabello, se acercó con una sonrisa cálida.
—Bienvenida, Mariajose. Te estábamos esperando.
—¿Cómo saben mi nombre?
—Porque sólo las verdaderas estrellas que aún no saben cuánto valen llegan hasta aquí —dijo la profesora—. Aquí los talentos se celebran, pero también se entrenan. ¿Estás lista para aprender lo que significa brillar de verdad?
Mariajose asintió, algo nerviosa.
La profesora la condujo a una gran sala con una pista redonda en el centro. Alrededor, había gradas llenas de otros estudiantes, y en lo más alto, colgaba un cartel enorme:
GALA ESTELAR – FALTAN 7 DÍAS

—Es el evento más importante de la escuela —explicó la profesora—. Todos los alumnos presentan su talento. Pero para poder subir al escenario… deben haber aprobado tres pruebas: Disciplina, Respeto y Estudio.
—¿Estudio? —repitió Majo haciendo una mueca.
—Sí —dijo la profesora con una risita—. Porque hasta las estrellas más hermosas deben aprender a brillar por dentro y por fuera.
Mariajose se quedó pensativa. Nunca había mezclado tareas con gimnasia. ¿Cómo iba a lograrlo? ¿Y si fallaba?
—No te preocupes —dijo una voz familiar detrás de ella.
¡Era Ignacio! Vestía un uniforme estelar y sostenía un libro mágico bajo el brazo.
—¿Tú también estás aquí?
—Claro, ¡y Mariana también! —dijo, y de una cortina de luz apareció Mariana, con una capa brillante y una libreta llena de ideas creativas.
—No estamos aquí para competir contigo, Majo —dijo Mariana, tomándola de la mano—. Estamos aquí para ayudarte.
—Los que más brillan no son los que lo hacen solos —dijo Ignacio—. Son los que aprenden a pedir ayuda cuando lo necesitan.
Mariajose los miró. Y por primera vez, sintió que su talento era importante, sí… pero que su esfuerzo también podía serlo.
—¿Y si no logro las tres pruebas? —preguntó.
—Entonces —dijo la profesora—, tu estrella no se apaga… solo se esconde un poco más, esperando a que la despiertes. Aquí nadie fracasa. Solo aprendemos.
Mariajose sonrió. Tal vez… solo tal vez… estudiar no era tan malo si lo hacía con la gente correcta. Y con un poco de magia.
La estrella caída
Los primeros días en la Escuela de las Estrellas fueron emocionantes… pero también muy difíciles.
Mariajose aprendió a usar libros que volaban, a responder preguntas mágicas que aparecían en burbujas, y a entrenar su cuerpo y su mente al mismo tiempo. Cada noche se acostaba agotada, con los músculos adoloridos
y la cabeza llena de cosas nuevas.
Un día, llegó la primera prueba: Disciplina.
Tenían que aprender una rutina mágica de ejercicios y ejecutarla sin equivocarse. Si se distraían, los objetos flotantes se caían. Si se rendían, la música se apagaba.
Majo lo intentó. De verdad lo intentó.
Pero justo cuando le tocaba su turno, se tropezó. Uno de los aros brillantes cayó al suelo, y la música se detuvo con un ruido seco. Todos guardaron silencio. Algunos niños la miraron con sorpresa. Otros, con pena.
Ella bajó la cabeza, sintiendo cómo se le encogía el corazón.
—No sirvo para esto —murmuró.
Corrió fuera de la sala y se sentó en un rincón del jardín estelar. Estaba rodeada de árboles luminosos, pero todo le parecía apagado. Las lágrimas le rodaban por las mejillas.
Entonces, algo parpadeó en su bolsillo.
Era el espejo…. Y con él… una voz.
No era una voz mágica ni desconocida. Era su voz favorita: la de su tío Chris.
El espejo proyectó una pequeña imagen de él, como si fuera una videollamada estelar.

—Hola mi Majo… ¿me ves?
Ella se limpió las lágrimas rápidamente.
—Sí… pero estoy triste. Fallé.
Chris sonrió, con ese brillo que tenía hasta por la pantalla.
—¿Y qué? Las estrellas también caen, Majo. Lo importante es que vuelvan a levantarse.
—¿Y si nunca paso las pruebas? —preguntó con la voz temblorosa.
—Tú ya tienes lo más difícil: el corazón —dijo su tío—. Eso no se entrena, se nace con él. Pero aprender lleva tiempo, y está bien equivocarse. Incluso cuando entreno en el gimnasio, a veces fallo. Pero sigo. Porque sé lo que valgo. Y tú también debes recordarlo.
Mariajose lo miró en silencio.
—Además… —añadió Chris guiñando un ojo—, esa estrella que llevas en el pecho no se rinde tan fácil. Yo la conozco bien. Es mi ahijada favorita, y la más valiente.
—¿Aunque a veces me cueste leer?
—Sobre todo por eso. Porque sigues intentando.
Mariajose respiró profundo. Miró el cielo estelar, tan alto como sus sueños, y por primera vez en mucho tiempo, creyó que podía llegar.
Y así, con el espejo en las manos, se puso de pie.
No como una niña que falló. Sino como una estrella… que solo había resbalado un poquito.
El salto perfecto
La Escuela de las Estrellas estaba más brillante que nunca. Faroles flotantes iluminaban los pasillos, y en el aire se sentía la emoción de todos los estudiantes. Esa noche sería la Gala Estelar, donde cada uno mostraría su talento al mundo mágico… si habían pasado las pruebas.
Mariajose, con su uniforme especial de gala —una mezcla entre traje de gimnasia y vestido de luces—, miraba su reflejo en el espejo mientras respiraba hondo.
Ya había pasado las otras dos pruebas: Respeto —cuando ayudó a una compañera que no lograba hacer un salto— y Estudio —cuando respondió con valentía una pregunta difícil usando su propio ejemplo en vez de copiar a otros.
Ahora le tocaba la parte más difícil: creer en sí misma.
Ignacio y Mariana se acercaron antes del show, cada uno con una sonrisa cómplice.

—¿Lista, estrella? —dijo Ignacio, dándole una piedra brillante como amuleto.
—Siempre fuiste mágica. Solo necesitabas verlo tú —añadió Mariana, ajustándole el lazo del cabello.
Y entonces, fue su turno.
El escenario era inmenso. Había estrellas flotando como luces, música suave de fondo, y cientos de estudiantes y maestros mirándola desde las gradas.
Mariajose dio un paso adelante, luego otro, Y comenzó su presentación.
Primero, movimientos suaves, como si estuviera volando entre estrellas. Luego, un salto con giro, seguido de una pirueta que formaba una figura luminosa en el aire. Cada paso llevaba una palabra que había aprendido: esfuerzo, corazón, disciplina. Pero lo mejor vino al final.
Mariajose, con los brazos extendidos, se elevó en un salto tan perfecto que por un segundo —solo uno— todos creyeron que realmente podía volar.
Y cuando cayó al suelo con gracia, el escenario estalló en luces doradas.
El público guardó silencio por un segundo, maravillado.

Y luego… ¡aplausos! Aplausos verdaderos, largos, llenos de alegría.
La profesora con moño de estrella la abrazó en cuanto bajó del escenario.
—No solo pasaste las pruebas, Mariajose. Acabas de enseñarnos algo más importante: cómo se ve el valor cuando se mezcla con amor propio.
Mariajose miró a Ignacio y a Mariana, que aplaudían emocionados.
Miró el espejo en sus manos, que ahora brillaba más fuerte que nunca.
Y supo que, por primera vez, no era solo una niña con talento.
Era una niña que había crecido.
De regreso al mundo real
(con una estrella encendida)
Mariajose despertó con los rayos del sol entrando por su ventana.
Estaba en su cama. En su cuarto. Con sus peluches, sus pompones y su mochila del colegio colgada detrás de la puerta.
Pero algo era distinto, ella era distinta.
Sobre su escritorio, el espejo en forma de estrella brillaba con suavidad, como si le guiñara el ojo. Y a su lado… había algo nuevo: una pequeña carta doblada con papel estelar.
Era del tío Chris.
“Mi Majo hermosa,
*No importa si estás en una escuela mágica o en tu salón de clase. Lo que importa es lo que llevas en tu corazón. Y yo siempre supe que el tuyo era grande, fuerte y lleno de luz.
*Estoy orgulloso de ti. No solo por lo que haces en el aire, sino por lo que estás aprendiendo en la tierra.
*Desde aquí, desde Holanda, te mando un abrazo gigante y todo mi amor de padrino.
*Sigue brillando… pero ahora con más fuerza que nunca.
Tu tío Chris”
Mariajose apretó la carta contra su pecho y sonrió. No era un sueño. O tal vez sí… pero uno de esos sueños que cambian algo por dentro.
Ese día fue al colegio con una sonrisa nueva. Prestó atención, levantó la mano en clase, hizo una pregunta sin miedo. Su profesora la miró sorprendida. Su mamá la abrazó fuerte al llegar a casa. Su papá le dijo que la veía distinta… más segura.

Su abuela Flor la esperaba con su merienda favorita.
Y por la tarde, cuando entrenó con su equipo de cheerleaders, sus saltos eran aún más altos. Porque ya no volaba para impresionar.
Volaba porque sabía quién era.
Y esa noche, antes de dormir, le susurró al espejo:
—Gracias por mostrarme mi luz.
El espejo no respondió. Pero en su reflejo, la estrella seguía brillando.
Y esta vez… brillaba desde adentro.
Esto… apenas comienza.