El Espejo de Estrella
Contado por el Tío Chris

Dicen que hubo un tiempo…
antes del Olvido.
Un tiempo en que no existía la oscuridad, ni el ego, ni la competencia.
Solo luz.
Los seres que habitaban la Tierra eran criaturas puras:
hechas de amor, de compasión, de alegría compartida.
Y cada noche, cuando el cielo se vestía de infinito,
se sentaban juntos a contar historias,
a reír,
a soñar en voz alta.
Pero un día, uno de esos seres —nadie recuerda su nombre— miró el jardín de su vecino… y sintió algo nuevo.
No era admiración.
Era deseo.
Quería que sus flores fueran más grandes, más hermosas… mejores.
Con ese pensamiento, sin saberlo, algo dentro de él comenzó a desprenderse.
Una chispa.
Una luz.
Se elevó por su mirada y se fue… al cielo.
Los demás lo vieron.
Y supieron que algo había cambiado.
Ese ser empezó a hablar distinto.
A caminar con arrogancia.
A vestirse con ostentación.
Ya no compartía… competía.
Poco a poco, su actitud sembró duda y sombra entre sus vecinos.
La cooperación se volvió comparación.
La armonía, ego.
Y cada noche… más luces subían al cielo.
Pronto, aquella comunidad brillante quedó vacía por dentro.
Hermosa por fuera, sí…
pero hecha de reflejos falsos y recuerdos perdidos.
Hasta que… llegó una mujer.
Pequeña.
Sencilla.
Que todavía sonreía al oír la lluvia,
se detenía a oler las flores,
ayudaba, escuchaba…
recordaba quién era.
Ella no necesitaba espejos.
Ella no había olvidado.
Y cuando su tiempo en la Tierra llegó a su fin,
el ser que lo había creado todo —el Inicio— descendió ante ella
y le ofreció un deseo.
Ella no pidió estrellas.
Ni estatuas.
Ni memoria eterna.
Pidió esto:
“Que mi alma no se eleve.
Que no sea una estrella más entre tantas.
Que se quede aquí.
En la Tierra.
Dentro de un espejo.
Uno que le recuerde a cada alma… quién es en realidad.”
Y así fue.
Con el polvo de su espíritu,
la luz de todas las estrellas que aún brillaban por dentro,
y los metales nacidos de deseos jamás pronunciados,
nació el Espejo de Estrella.
Un objeto único.
No para mirarse…
sino para recordarse.
Cómo llegó a mis manos…
bueno, jejeje…
esa es otra historia.
